La vida de Eduardo Umaña Luna fue una lucha constante contra la identidad. Estuvo siempre afuera, rompió esquemas, llamó a las cosas por su nombre, fue amoroso y amado, y odioso y odiado, por quienes él decidió que lo amaran o que lo odiaran. Enseñó lo que sabía en una cátedra que lo llevó a ser el “maestro de maestros” en una universidad que alguna vez fue de maestros. Y se afirmó sin temor sobre su diferencia. Murió de viejo pero, aparte de la edad, los viejos mueren por algo y ese algo, en él, fue el dolor de Colombia. No le tuvo jamás miedo a la muerte. Le asesinaron a su hijo y siguió adelante. Le rompieron el corazón y no se detuvo. Le dieron la espalda y avanzó, sin concesiones, hacia donde él creía que debía avanzar, que debíamos avanzar como un todo colectivo. Siendo ateo, nos enseñó el valor de la fe. Siendo maestro, nos enseñó la importancia de estudiar siempre. Siendo angustiado, nos enseñó el valor de la paciencia. Hablando a voces, nos enseñó el valor de los silencios. En un país que olvidó lo que es la integridad, y donde los íntegros desaparecen en la voracidad de las tormentas y del tiempo, Eduardo Umaña Luna es la integridad. Nada más. Tampoco nada menos.
Debido a todos los valores que ostentaba y de los cuales no hacía ningún alarde, debido a esto no se le recuerda y no se le aprecia ya que va en contravía de lo que somos y deseamos y necesitamos. No exagero al decir que no nos hemos ganado el hecho de tener a nuestro lado a personas como el, pero si que nos hemos ganado con suficientes méritos tener los gobernantes que hemos tenido que sufrir. Aúnque no digamos nada. Ynos hagamos los sordos, mudos y ciegos. En fín así somos. CAFRES.
ResponderEliminarFernando,
ResponderEliminarMe pusiste a temblar. Tuve el honor de conocer a padre e hijo. Y de los dos aprendí muchas cosas, entre esa, INTEGRIDAD. Gracias!
Saludos
Ricardo